El Despertar de Leonel y su Experiencia Cercana a la Muerte


Primero que nada quiero agradecer a Jorge (de Preparemonos para el Cambio) por el espacio que me está dando para que pueda escribir estas líneas y compartir una reseña de mi despertar con él y todos ustedes, que seguramente son muchos lectores que fueron imantándose a este Blog que tanto informa y tanto opaca a la desinformación habitual que corre hoy en día.

Mi nombre es Leonel, tengo 21 años, vivo en Carapachay, Ciudad de Vicente López, Provincia de Buenos Aires. Soy músico. Esto es quizá lo que menos importe de todo este escrito.

Escribir estas líneas es un desafío importante. Últimamente siento que las palabras empiezan a quedar cada vez más chicas, como si de repente el diccionario demandase nuevas palabras. O tal vez las palabras nunca alcanzaron y yo creí que iban a alcanzar para poder explicar la tan buscada verdad, porque la verdad no tiene palabras, intentar explicarlo con palabras sería estar enjaulándola. Si la verdad es abstracta y el amor también, ¿hace falta preguntar cuál es la verdad?

Busqué mi verdad en distintos ámbitos: busqué la verdad en mi mamá, en mi papá, en mis hermanos, en la escuela, en libros, en revistas, en historias, en la música, en la calle, en personas, en novias y no novias, en el marco de lo “legal”, de lo que “está bien”, en el marco de lo “ilegal”, de lo que “no está bien”. Jamás pensé que en lo prohibido conocería más caminos, lugares desconocidos para mi alma. Empecé a fumar marihuana a los 18 años, y hoy en día sigo siendo fumador regular. Este dato va a servir para entender lo que viene ahora.

Obviamente cuando uno entra en este circuito, va conociendo otro tipo de sustancias. En menos de un año tuve dos episodios que dieron giros importantes en mi vida: tuve dos “malos viajes” producto del consumo del LSD.

En el primero, aluciné que un amigo era el famoso líder de las tinieblas, el generador del caos en el mundo: el Diablo. Me crié en una familia católica, muy apegada a la fé, a Jesús y a la virgen María. De hecho he tomado la comunión a los 9 años. Siempre creí que existía un diablo. En sí, un miedo. Un enemigo. El que conspira para que mis sueños no se hagan realidad. La alucinación fue tan fuerte que hizo que me quedara internado en la clínica en observación para estabilizar mis ritmos cardíacos. Vi la famosa luz de la “muerte”, pero no morí. Tuve la sensación de haber muerto por 5 minutos, pero desperté. Luego de este episodio, seguía en mi cabeza la pregunta: “¿qué me pasó?”. Los médicos me daban el alta con un aire de desconfianza y desconcierto, no creían que ese tipo de reacción la había ocasionado esa droga, buscaron otra sustancia en mi cuerpo que no existía, en vano.

El segundo episodio fue sin duda el más fuerte. Estaba en la casa del mismo amigo viendo un documental de dinosaurios y comencé a alucinar que la película me mostraba el ciclo de la vida. Mostraba el éxodo de las especies de estos dinosaurios dependiendo de la estación climática y de los factores ambientales para sobrevivir. Empecé a ver que todo giraba, que todo era de una misma sustancia manipulable a la imaginación. Empecé a sentir la sensación de la muerte, de preguntarme en el momento: “¿hasta dónde llega esto?”. Sentí el infinito. Recuerdo haberme desvanecido, mientras en mi cabeza giraban las mil y una preocupaciones que tenemos día a día. Cuando recuperé mis signos vitales pude ver que lo que viví fue un encuentro con la verdad. Vi nuevamente la luz blanca. Sentí que podía darle forma a todo, que no estaba en mi cuerpo, me sentía parte del todo, como si mis ojos fueran los ojos del mundo y del universo mismo. Viajaba sin preocupaciones, sin la preocupación ni siquiera de respirar, pero no sé por qué volví. Me sentía en paz, libre. Sentí el desapego de todo por unos instantes. En otras palabras, elegí volver, como pude haber elegido no volver al plano físico. Pero por algo no me fui, todavía mi misión está inconclusa.

Terminé internado nuevamente, y el caso fue similar, y tal vez más fuerte. Vino a verme un psiquiatra ofreciéndome un tratamiento de drogadicción, y yo sentía que no era justo, que no lo necesitaba, no lo quise hacer. El hecho de fumar marihuana no había modificado mi persona. Trabajo honestamente toda la semana, mantengo mis relaciones sociales, hago música, tengo amigos, tengo novia, siento amor por las cosas. Me rehusé. Discutí con él delante de mis padres diciéndole que una droga no iba a suplantar a otra en forma de medicamento. La idea era que dejara la marihuana porque corría el riesgo de volver a tener la misma alucinación, y tal vez no volver a contarla. Sin embargo seguí con mis hábitos, estaba convencido que lo que había vivido fue mucho más que una sobredosis. Y es el día de hoy, que no volví a tener un episodio similar.

Sin embargo, después de toda esta experiencia, seguía en la búsqueda de la respuesta a lo que me había pasado, hasta que dos amigos, en un tiempo de una semana, me recomendaron un mismo libro (entre ellos no se conocen): “La novena revelación” de James Redfield. En una parte específica del libro (en estos momentos no recuerdo muy bien con detalles, pero algo sabrán entender los que lo leyeron) comencé a leer la misma experiencia que me había pasado. Exactamente la misma. Sentía que estaba relatando lo que me había sucedido. Tal cual. La parte en la que el protagonista es perseguido por fuerzas militares, donde sube a un monte, siente que lo balean, siente que muere, pero que después renace y corre hasta el pueblo más cercano. Cuando leí esto, comencé a sentir una vibración muy fuerte en el cuerpo, una sensación de miedo, un reencuentro con la experiencia, y a partir de allí mi paradigma cambió completamente. Las preguntas se intensificaron: ¿es posible que sienta esto de nuevo sin haber consumido nada?

El segundo “mal viaje” no lo tomo como tal, lo tomo como un despertar. Independientemente del prejuicio que puede llegar a haber con respecto al uso de drogas. Viéndolo de lejos, hoy puedo ver claramente que me despegó todos los miedos que tenía guardados en el inconsciente, miedos y preocupaciones. Y a partir de la lectura de dicho fragmento, empecé a ver que toda esta organización es absurda. Que todo es absurdo. Que todo es mentira. Que estar pegado a lo material es estar alejado de vos mismo y de los demás, que el enojo hacia otra persona no es más que el enojo con vos mismo. Todos somos espejos. Todos tenemos la misma tristeza. Todos buscamos lo mismo, que es amor, paz y felicidad. Pero que estamos condicionados, nos enseñaron a actuar, y no nos enseñaron a ser. Nos mintieron hasta en el cuento de la muerte, y al desmantelar a la madre de todos los miedos, me pregunto: ¿por qué?, y hoy, hoy siento que renací. Volví a amar, me volví a abrir al flujo de energía, me alimento de la mirada de toda la gente que pasa a mi lado, de mirar con amor a las flores, las plantas y árboles. Sentir el viento del río, la luz del sol. En muy poco tiempo me pasaron cosas maravillosas, casualidades, encuentros y vivencias jamás pensadas. Volví a enamorarme, volví a creer que no estamos acá solo de visita, que venimos para algo, que por algo elegimos vivir en este momento. Por eso creo en este cambio que todos alguna vez sembramos, en las angustias más profundas. No sé de qué manera se manifestará este cambio, pero que estoy listo para lo que vendrá, sé que lo estoy.

Tener miedo es como tener el auto más caro: no es necesario. No tengamos miedo, que el dolor tampoco existe. Vamos a estar muy bien, pintemos el mundo de mil colores. La vida no es tan mala como te hicieron creer. La vida es amor y armonía. No vinimos para sufrir, vinimos para ser libres. Despertemos todos juntos, bostecemos y salgamos a andar, que el mundo es nuestro. Una sonrisa puede provocar miles, y esas miles, miles más. Renazcamos.

Sin más, “El baqueano” se despide. Les dejo mis canciones, que tal vez puedan decir más que todas estas palabras.

¡Un abrazo enorme!