Erase una Vez, un Parque que Estuvo en Peligro de Desaparecer


Una tarde, como tantas otras, ya poniéndose el sol, me disponía a correr en el interior de un parque de la ciudad donde vivo. Un gran espacio verde natural que tantos años estuvo sujeto a la guillotina de la inconsciencia; por supuesto, en manos de entidades financieras, políticos y demás corruptela de la sociedad; personas que sin escrúpulos anteponen sus negocios depravados por la especulación, el dinero y el poder, ante el verdadero fluir del medio que nos brinda la naturaleza. Plantas y animales que interactúan en el respeto profundo de la existencia, ante la majestuosidad de la vida misma. Esencia que debería ser admirada, honrada y considerada por todo ser humano.
En estos momentos no me cabe otro pensamiento que la imagen de nuestros sabios ancestros. ¿Cuánto tenemos que aprender de ellos? O mejor dicho, ¿Cuánto hemos desaprendido desde entonces…?

Muchos fueron los días en que, tristemente, su destrucción (del parque) ya era una realidad; zonas donde árboles cargados de pequeños inquilinos con plumas de colores darían, irremediablemente, paso a frías e inmensas autovías de asfaltos; estanques repletos de vida acuosa con pececillos saltando sobre la superficie, y sus orillas sembradas de cañaverales que ofrecían un cálido hogar a los simpáticos gansos, por grandes centros comerciales, cemento a doquier manchado de una inconsciente humanidad. Creo que no hace falta mucha imaginación para observar tan magna destrucción natural, ¿verdad?

También muchos fueron los días de largos años en que las pancartas de protestas salieron a la calle, muchas menos de las que se hubiese deseado. Al parecer, y a mi pesar, aún es muy escasa la conciencia. Una auténtica pena. Por no decir otra cosa.

Pues bien, volviendo al principio, cada vez que iba a correr a través de su rica espesura, me imaginaba hablar con los árboles, con las plantas, con sus animales e insectos. En definitiva, con la propia naturaleza. Agradeciéndole de corazón todo cuanto, generosamente, me ofrecía haciéndome deleitar. Meditaba mientras corría y visualizaba su salvación, aunque difícil, siempre tuve la esperanza. Lo hacía constantemente, cada vez que entraba en su reino. Pronto, comencé a percibir un vínculo muy especial entre el parque y yo. 

Al cabo de un tiempo y, con gran asombro, supe que las máquinas de acero no entrarían en el parque. ¿Por qué? no lo sé. Quizás el resultado de un nuevo estudio financiero no fuese del agrado de los “sin escrúpulos”, por llamarlos de alguna forma.

El caso, y lo verdaderamente importante es que el gran parque, el espacio natural donde suelo correr, pasear, admirar, respetar, agradecer, inundarme de su energía, encontrarme conmigo mismo y estar en pleno recogimiento durante al menos una hora, sigue con vida. Ahora mi ser forma parte de él, somos UNO, pues mucho me ha dado durante todos estos años, y mucho es de lo que le estaré eternamente agradecido. En él, mis musas se inspiraban y al oído me contaban sus secretos. 

Ahora, por supuesto, sigo corriendo por el parque, en mi hermoso espacio natural; en donde el tiempo parece detenerse, a mi paso las ramas de los arboles estremecerse; en donde la brisa arranca sin motivo aparente, meneando la hierba a mi alrededor, mientras una misteriosa melodía, alegremente me da la bienvenida.

Para terminar estas palabras, no puedo hacer otra cosa que, tristemente, recordar todo cuanto ha podido ser y, sin embargo, no fue. Millones de hectáreas de bosque y selva de todo el mundo fueron exterminadas, y seguirán siéndolo, por las mismas razones antes expuestas, gracias a una minoría egoísta de la sociedad, una minoría en la que la conciencia aún no ha llamado a sus puertas, y que por desgracia forman parte del poder que gobierna nuestro planeta esmeralda.

Sin embargo, las musas que revolotean a mí alrededor me han revelado que pronto todo cambiará, que el ser humano está cada vez más sensibilizado con el entorno natural del cual debe toda su existencia.

Pues que así sea, y que pronto se haga realidad…

Yo, mientras tanto, continuaré corriendo por el parque mientras visualizo un respeto profundo por todos los seres vivos de este planeta. Y no pararé hasta que el ser humano tenga plena conciencia de que su presencia en este mundo, no es servirse de él, sino todo lo contrario. ¿Seremos capaces, como raza humana, salvaguardar el paraíso que nos ha sido otorgado por derecho propio?

Jorge Ramos